Perdida hasta lo más profundo de mí ser, hoy vuelvo a ver mi
teclado y a oír a Ludovico. Me conozco, pero ya no me entiendo. Ya apenas me salen las palabras entre tanta lagrima. Y la única esperanza que me queda es que, como una grandísima
persona me enseñó: “En el no entenderse, comienza lo más maravilloso de
conocerse.”
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