Qué miedo, cuando no te arrepientes de haber entregado hasta el último soplo de aire. Porque estás segura de que es lo que realmente quieres. Las subidas y bajadas que al fin y al cabo, no dejan de producirte la misma adrenalina que al principio, esa de no saber si después de la lágrima vendrá el beso y ese típico suspiro en mi espalda, o la bofetada de aire frío que dejarías al irte de aquí, de mí, de nosotros.
El saber que ya no es mi mano la que me sostiene y que me
perdí. Que ya no hay vuelta atrás. Que me tiré al precipicio
hace tiempo y no sé cuándo voy a caer.